
volví a casa.
la encontré desordenada,
la maza donde no debía, polvo, eso.
la gata maullando todo el tiempo (me pregunté
si Baltasar había cumplido con su promesa
de venir a visitarla,
después me enteré que sí, pero a su manera,
un rayo veloz).
no se separaba de mí ni un minuto,
pegaba su hocico frío a mi nariz
y me acariciaba con sus uñas largas
el rostro avejentado del cansancio.
estoy en el último día de mis 42.
hizo frío en esta ciudad,
fui a comprar una alfombra.
amarilla. como el sol que entibia las ventanas
o como la casa de rosario.
y después compré un papiro,
y cuatro bambués, y otra enredadera roja,
aunque sin hojas.
limpié, comí y desanduve el viaje.
miro las fotos y recuerdo.
rosario, una ciudad bella,
llena de verjas bien cuidadas.
el bulevard oroño .
me lo caminé enterito,
trataba de descubrir dónde mi madre
se había despedido de su primer enamorado,
bulevard oroño, bulevard oroño,
mi memoria no me acompañaba más,
llamé a mi hermana, la memoriosa,
pero tampoco recordaba,
ya no quedaban testigos de esa hermosa historia,
sólo un bulevard, y sus verjas,
le pedí a mi madre que me mandara una señal,
y la ví, casi cuando empezaba a flaquear.
es esa, le dije a eduardo,
no sé que contestó él sobre el amarillo,
es esa, me dio una puntada en el corazón.
saqué una foto,
no sé a quién le sirve.
hoy hace frío, tanto que parece que fuera a nevar.
mi invierno de 42 ya acaba,
me voy a acostar,
quizá mañana sea un buen día.