21.8.06

despedidas


Me despertó el pitido del tren.
Miré la hora. Las ocho.
Se la estaba llevando a Rocío de vuelta a Buenos Aires.
Recordé cúantas despedidas viví en mi vida.
Cuántas fueron definitivas, y lo sabía.
Cuántas eran presagios, y no se cumplieron.
Cuántas dolieron porque sabía que nunca más volverían a darse en el mismo estado de cosas.

Rocío, con sus diecinueve añitos, dejó su aro al lado de mi cama,
dónde durmió el viernes, cuando llegó.
La miraba y la veía pequeñita, cerrando sus ojos bajo el nogal,
escuchando mis nanas, allá en un verano de vuelta de Alemania...

Bien, me puse el aro en la oreja,
y me pinté los labios con el color que a ella le gusta,
Baltasar, cuando despertó me preguntó para qué.
Para llevarla conmigo un rato más.
Salí al jardín y vi los primeros brotes en la enredadera roja,
últimamente la savia de las plantas
me recorre llenándome de felicidad.
Sé que debajo de tanto gris,
está el color.

(en la foto Rocío, retratada por su mamá, mi hermana)

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