Caperucita Loba y Rojo Feroz
El bosque es lugar de misterio y brujerías, es lugar de historias, leyendas y cuentos, el bosque es lugar de mitos, oscuros rituales y paganas celebraciones, es el lugar del cuál procedemos y el remanso al que regresan nuestras ensoñaciones de paz y vida natural. Pero a veces el bosque es también ese lugar donde dos echan un polvo, con escarnio y sin pudor, bajo la sombra de un mocán cualquiera, jodiendo el sigiloso apareamiento de la paloma Rabiche con sus alaridos mientras aplastan con su manta una población marginal de hongos endémicos. Y este fue el caso de Loba y Rojo. Se conocieron en un cruce de caminos, en la mitad exacta que dividía los dos mundos del bosque. Los dos huían y los dos supieron, al verse, que huían para encontrarse. Hasta ese momento sus vidas habían discurrido por distintos caminos. El de ella no había sido fácil. Por todos era sabido que trabajó en Húmeda y Mapache, la más conocida cabaña de citas de la región, y que ejerció durante años como mapache de grado medio. Cuentan que su afán de superación pronto le permitió acceder al grado superior de forma que, en los últimos tiempos, ya sólo frecuentaba a un viejecito rico de ojos y boca grandes. Al parecer la acentuación de la angustia por el sinsentido de todo unida al aumento proporcional de la boca del viejecito acabó provocando que una mañana, así sin más, Loba se echara a correr por los caminos. En cuanto a Rojo, su pasado también tenía tintes oscuros. La tradición comunista de su familia, que incluso contaba con destacados mártires de la causa, le condenó a una extraña desviación psicológica que en un principio diagnosticaron como exilio compulsivo con periodos paranoides de tipo contestatario y que al final resultó ser simple y pura falta de atención y cariño. Loba y Rojo se encontraron en la tarde más fría del año, en mitad del puente que divide los dos mundos del bosque. Rojo quemó las camisetas y los eslóganes de reclamo. Loba desnudó por primera vez la inocencia que no perdió mientras fue mapache. Los dos echan el polvo hasta la muerte de su vida. El bosque perdió por un momento sus dos mitades.
El cuento, que más me maravilla cuanto más lo leo, es de Fran Perez Perez, el antropólogo que les conté, que vive en Granada.
Ahora vive en Tenerife y quizá, si todo va bien, lo tendré cerquita, en Chile.
La foto, es de un amigo nuestro, Luis Arencibia Verdú, de Lanzarote, pero ahora vive en Barcelona, es educador social.
Un día, cuando estaba en BCN, salí a la calle y ví ese hermoso cartel, desigual, o des-igual, o no igual, o exactamente diferente, no sé.
Le pedí a Luis que sacara la foto.
Y lo hizo, así, tal cuál la quería yo.
Tremendamente diferente, contrariamente igual.
Gracias Fran, Gracias Luis, Balta y yo los extrañamos.
5 comentarios:
precioso cuento, felicito al autor.
Los ojos de un artista, o en este caso dos artistas, hacen qu el mundo se vea distinta.
Tantas y tantas veces he psado por ese paseo de Gracia, si mal no recuerdo,y nunca le habia prestado atención.
Esa afiche era uno más.
Hasta hoy.
Gracias a los dos,por revalorar lo cotidiano.
A veces no aparece mi nombre,no sé por qué, el coment anterior es mío,soy Genevéve, de Barcelona
no pasa nada genevéve,
a veces uno se olvida de ponerlo y después pincha en otros y así no aparece.
no te preocupes.
saludos a gaudí.
Publicar un comentario