19.12.05




ADN

El niño nunca ha visto dormir a su padre

pero duerme en la misma posición incómoda que él,

apoyado en un costado, los brazos estirados para atrás,

las manos entrelazadas, como un faquir.



Empeñado en armar un rompecabezas de ocho piezas

los ruidos que hace son los mismos que escuché hace años

cada vez que su padre destemplado intentaba arreglar

el inodoro, la pileta o el acuario del ajolote, en vano.



Lo recuerdo sentado en el piso de la casa que hicimos juntos

mirando el cielo de la mañana sin parpadear,

o acostado en la cama, adheridos los ojos a una pared,

como si ahí habitara el ectoplasma que lo visitó una vez.



Quería tener un hijo, le dije, para tenerlo a él dos veces,

para sentirlo crecer de mí, dentro de mí, para tener otra versión

del hombre amado, indefenso sobre mi pecho.



Al fin su estirpe ocurrió en mí, multiplicando

células infinitas, repitiendo patrones,

cayendo en uno o dos errores imprevisibles,

modificando los acentos de mi alma sin permiso,

reemplazando un decorado austero

por tiras bordadas, pañales, noches en vela.



Ahora, veo a mi niño poner interminablemente

un dinosaurio plástico tras otro, y recuerdo a su padre

cuando decía que encolumnar soldaditos de plomo

era de todos los juegos de infancia su preferido.




Y me pregunto si las extravagantes posiciones de dormir,

la obsesión con las filas y esa extraña afinidad por los anfibios,

son cosas que su ADN transmitió a mi hijo,

o si no son las leyes hereditarias, sino Dios

haciendo esto por mí: que el niño sea como su padre

para que, así, él aún esté conmigo.


Hoy me enteré cómo murió un amigo,
iba a homenajear a compañera
durante tantos años y a su hija
con el poema Muerte de Sharon Olds.
Pero hay demasiada vida en sus ojos.
Pensé en éste de Mori Ponsowy, de su libro
Enemigos Afuera, editorial Bartlely.
Para Mona entonces, para Manu,
y para Dany que saca fotos a los cielos.

2 comentarios:

Mori Ponsowy dijo...

Gracias, Diana.

Diana Laurencich dijo...

gracias preciosa,